Inesperadamente, este estado se ve alterado por un murmullo de fondo, un sonido minúsculo que poco a poco se hace mayor, y al mismo tiempo perturbador. El sonido de la alarma le avisa de que su evasión de la realidad ha terminado por hoy. Al salir de la cabina se siente transformado, una persona íntegramente nueva, lleno de ilusiones y esperanzas. Espera sentirse así de por vida, pero todo se derrumba al descubrir de nuevo el exterior. La realidad es muy distinta ahí fuera. Cuando solía pensar en el futuro, no imaginaba uno del color del azabache.
Al volver a casa atraviesa un antiguo manantial, aún lo recuerda tal y como era, rebosante de aguas cristalinas, animalillos correteando por aquí y allá, emanaba vida. Lo único que hoy recorre la tierra seca, son las lágrimas del que un día luchó por protegerlo. Como este lugar, se encuentra la inmensa mayoría, seco, lúgubre, sin vida, como su corazón. Lo dio todo por conservar su hogar, el que lo vio crecer, la Tierra. Y ahora todo se sume en un profundo caos, que precede a la destrucción de todo lo natural, de todo lo que somos. Ya es tarde para llevar a cabo alguna que otra medida extraordinaria que logre recuperar todo lo perdido, pero se consuela en un último resquicio de esperanza. Sólo espera que en algún lugar, no muy lejos de él, se encuentre alguna persona que, habiendo participado en este aciago infortunio, ahora se encuentre carcomida por el arrepentimiento, por su propia moralidad.
