domingo, 25 de septiembre de 2011

Reflexión

Con el alcohol fluyendo aun por mis venas, observo el caótico desorden de mi habitación. Hay montones de ropa aquí y allá, cajas llenas de trastos inútiles apiladas que casi rozan el techo, una desaliñada cría de lince de peluche me mira fijamente, desafiante, y yo no alcanzo a ver más allá de una profunda tristeza. Algunos envoltorios de regalos inesperados siguen tirados por el suelo, y el gran póster de Audrey Hepburn ya no me transmite la paz que necesito conmigo misma. Echada en mi cama, lanzo una mirada rápida a la habitación, si es que en estos instantes puede denominarse así, ya no veo bolsos amontonados y libros apilados, sólo el reflejo de mi alma, de un corazón inevitablemente al borde del caos y la devastación. ¿Y de quién es la culpa? ¿Mía tal vez? ¿Quizá mi delito es cambiar mi forma de pensar? Yo no planifiqué mi vida de este modo, aunque el destino es caprichoso, y ya tenía otros planes para mi. Sólo quiero cerrar los ojos un instante, mientras los rayos de sol acarician mi rostro, y que al abrirlos todo haya pasado, que pueda continuar como si nada hubiera sucedido y no vivir eternamente preguntándome ''¿Y si me hubiera atrevido a...?''